Cada vez somos más los que consumimos crecientes cantidades de alimentos transgénicos. Las luchas de los ecologistas contra la modificación genética de los vegetales, al igual que la muy mediática destrucción de cultivos experimentales, no pueden ocultar el hecho de que a finales del 2004 había en todo el mundo 8'25 millones de agricultores que explotaban 81 millones de hectáreas sembradas con Organismos Genéticamente Modificados (OGM).
Esta producción, que por el momento se concentra en la soja, el maíz, el algodón y la colza se traslada necesariamente a la alimentación. La globalización del comercio, la contaminación natural o accidental y la complejidad de los circuitos agroalimentarios tornan vanos los esfuerzos de las redes de distribución para mantenerse a salvo.
Pobre consumidor! Además de que la primera generación de transgénicos no le aporta demasiado (tal vez en el futuro esto sea diferente con las plantas enriquecidas, descontaminadas o resistentes a la sequía), difícilmente pueda formarse una opinión a partir de los argumentos contradictorios de los especialistas, cuyo debate se centra en las consecuencias ecológicas, sanitarias o económicas de los OGM. Como en todo lo relacionado con el hombre, es difícil distinguir entre lo que surge de la emoción y lo que viene de la razón.
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