La siguiente publicación está
dedicada a mi amigo Dani.
En el Mundial de fútbol del
pasado año 2010 pudimos descubrir un nuevo fenómeno social en España. La crisis
económica ya era más que un hecho; un periodo de reformas comenzaba también con
el Gobierno del PSOE, y los españoles, lejos de luchar, tenían ganas de
olvidar.
El circo del pueblo, el fútbol,
cayó cual sueño del que no se quería despertar. La sociedad española sufrió de
amnesia durante casi un mes, y un gran porcentaje de la población pensaba que
éramos el país más próspero de toda la Tierra.
En nuestro primer partido
perdimos contra Suiza. Duro varapalo para quien creía que todo iría sobre
ruedas. Ya entonces comenzamos a olvidar, y la reforma laboral que fue
presentada esa misma mañana apenas tuvo repercusión entre la opinión social. Lo
más importante, la noticia del día es que habíamos perdido y que España
comenzaba mal su andadura en la máxima competición de fútbol a nivel de
selecciones.
Nos volcamos con “la roja”.
Colgamos la bandera nacional en nuestros balcones simulando una unión del
pueblo para con la Selección, pero esa misma unión no estaba representada
frente a los que hasta aquel momento habían sido los mayores recortes sociales
de la historia de la democracia. Una vergüenza que admitimos como necesaria, en
ningún caso levantando la voz, ni muchísimo menos saliendo a la calle de una
forma multitudinaria.
Después de dicho mes España
había conseguido un nuevo título deportivo, quizá el más importante de su
historia. Pero todo aquí dentro continuaba igual: el Gobierno recortando a diestro y siniestro y la
gente perdiendo sus puestos de trabajo. Dos verdades como puños que nos siguen
acompañando a día de hoy.
Bueno, sí, también cambió otra cosa: las banderas
españolas desaparecieron de nuestros balcone. Hasta hoy. ¿Por qué? No estamos mejor, sino peor que hace dos años. Supongo que tendrá que ver con el insensato patriotismo que despierta el deporte, que nos hace pasar de todo lo demás.
Pero vale la pena, ¿o no?
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